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Gabriel Celaya
Cuando llueve y reviso mis papeles, y acabo tirando todo al fuego: poemas incompletos, pagarés no pagados, cartas de amigos muertos, fotografías, besos guardados en un libro, renuncio al peso muerto de mi terco pasado, soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego, y así atizo las llamas, y salto la fogata, y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento, ¿no es la felicidad lo que me exalta? Cuando salgo a la calle silbando alegremente —el pitillo en los labios, el alma disponible— y les hablo a los niños o me voy con las nubes, mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando, las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos desnudos y morenos, sus ojos asombrados, y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando, salpican la alegría que así tiembla reciente, ¿no es la felicidad lo que se siente? Cuando llega un amigo, la casa está vacía, pero mi amada saca jamón, anchoas, queso, aceitunas, percebes, dos botellas de blanco, y yo asisto al milagro —sé que todo es fiado—, y no quiero pensar si podremos pagarlo; y cuando sin medida bebemos y charlamos, y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos, y lo somos quizá burlando así la muerte, ¿no es la felicidad lo que trasciende? Cuando me he despertado, permanezco tendido con el balcón abierto. Y amanece: las aves trinan su algarabía pagana lindamente: y debo levantarme pero no me levanto; y veo, boca arriba, reflejada en el techo la ondulación del mar y el iris de su nácar, y sigo allí tendido, y nada importa nada, ¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo? ¿No es la felicidad lo que amanece? Cuando voy al mercado, miro los abridores y, apretando los dientes, las redondas cerezas, los higos rezumantes, las ciruelas caídas del árbol de la vida, con pecado sin duda pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio, regateo, consigo por fin una rebaja, mas terminado el juego, pago el doble y es poco, y abre la vendedora sus ojos asombrados, ¿no es la felicidad lo que allí brota? Cuando puedo decir: el día ha terminado. Y con el día digo su trajín, su comercio, la busca del dinero, la lucha de los muertos. Y cuando así cansado, manchado, llego a casa, me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos, y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi, y la música reina, vuelvo a sentirme limpio, sencillamente limpio y pese a todo, indemne, ¿no es la felicidad lo que me envuelve? Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones, me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice: «Estaba justamente pensando en ir a verte». Y hablamos largamente, no de mis sinsabores, pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme, sino de cómo van las cosas en Jordania, de un libro de Neruda, de su sastre, del viento, y al marcharme me siento consolado y tranquilo, ¿no es la felicidad lo que me vence? Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo; pasar por un camino que huele a madreselvas; beber con un amigo; charlar o bien callarse; sentir que el sentimiento de los otros es nuestro; mirarme en unos ojos que nos miran sin mancha, ¿no es esto ser feliz pese a la muerte? Vencido y traicionado, ver casi con cinismo que no pueden quitarme nada más y que aún vivo, ¿no es la felicidad que no se vende?
MOMENTOS FELICES
Amado Nervo
¡Seis meses ya de muerta! Y en vano he pretendido un beso, una palabra, un hálito, un sonido... y, a pesar de mi fe, cada día evidencio que detrás de la tumba ya no hay más que silencio... Si yo me hubiese muerto, ¡qué mar, qué cataclismos, qué vértices, qué nieblas, qué cimas ni qué abismos burlaran mi deseo febril y omnipotente de venir por las noches a besarte en la frente, de bajar con la luz de un astro zahorí, a decirte al oído: No te olvides de mí. Y tú, que me querías tal vez más que te amé, callas inexorable, de suerte que no sé sino dudar de todo, el alma, del destino, ¡y ponerme a llorar en medio del camino! Pues con desolación infinita evidencio que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...
Seis meses
Dulce María Loynaz
Pajarillos de jaula me van pareciendo a mí misma mis sueños. Si los suelto, perecen o regresan. Y es que el grano y el cielo hay que ganarlos; pero el grano es demasiado pequeño y el cielo es demasiado grande..., y las alas, como los pies, también se cansan.
POEMA CII
José Santos Chocano
Ya todos los caciques probaron el madero. «¿Quién falta», y la respuesta fue un arrogante: «¡Yo!» «¡Yo!», dijo; y, en la forma de una visión de Homero, del fondo de los bosques Caupolicán surgió. Echóse el tronco encima, con ademán ligero, y estremecerse pudo, pero doblarse no. Bajo sus pies, tres días crujir hizo el sendero, y estuvo andando... andando... y andando se durmió. Anduvo, así, dormido, vio en sueños al verdugo: él muerto sobre un tronco, su raza con el yugo, inútil todo esfuerzo y el mundo siempre igual. Por eso, al tercer día de andar por valle y sierra, el tronco alzó en los aires y lo clavó en la tierra ¡como si el tronco fuese su propio pedestal!
CAUPOLICÁN
Nicanor Parra
Lo queramos o no Sólo tenemos tres alternativas: El ayer, el presente y el mañana. Y ni siquiera tres Porque como dice el filósofo El ayer es ayer Nos pertenece sólo en el recuerdo: A la rosa que ya se deshojó No se le puede sacar otro pétalo. Las cartas por jugar Son solamente dos: El presente y el día de mañana. Y ni siquiera dos Porque es un hecho bien establecido Que el presente no existe Sino en la medida en que se hace pasado Y ya pasó..., como la juventud. En resumidas cuentas Sólo nos va quedando el mañana: Yo levanto mi copa Por ese día que no llega nunca Pero que es lo único De lo que realmente disponemos.
ÚLTIMO BRINDIS
William Shakespeare
Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos y ahonden surcos en tu prado hermoso, tu juventud, altiva vestidura, será un andrajo que no mira nadie. Y si por tu belleza preguntaran, tesoro de tu tiempo apasionado, decir que yace en tus sumidos ojos dará motivo a escarnios o falsías. ¡Cuánto más te alabaran en su empleo si respondieras : - « Este grácil hijo mi deuda salda y mi vejez excusa », pues su beldad sería tu legado! Pudieras, renaciendo en la vejez, ver cálida tu sangre que se enfría.
Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos...
Alfredo Lavergne
Tres jóvenes parejas subieron al tren. Una se abraza e ignora al inspector La otra se amarra de las manos La tercera se acaricia y baja la cortina. El vehículo avanza a toda velocidad Hacia la estación que me interesa.
Estilo
Santa Teresa de Jesús, Sánchez de Cep
Ya toda me entregué y dí, y de tal suerte he trocado, que mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado. Cuando el dulce Cazador me tiró y dejó herida, en los brazos del amor mi alma quedó rendida; y, cobrando nueva vida, de tal manera he trocado, que mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado. Hirióme con una flecha enherbolada de amor, y mi alma quedó hecha una con su Criador; Ya yo no quiero otro amor, pues a mi Dios me he entregado, y mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado.
YA TODA ME ENTREGUÉ
Delfina Acosta
Fuera mozuela y me salieran frescas mejillas y ahí bajara algún lunar. Oliera a cesta nueva como huelen las niñas acabadas de peinar. El cura y el juez me enviaran cartas: “Como una verde hoguera es el pinar. Ensaya siempre el lirio a ser la rosa”. A veces me quisiera enamorar. Soltara cada tarde mis vestidos, mis alas nacaradas sin lavar. Partiera envuelta en luces de un navío. Volviera atardecida y sin casar. Callada cual luciérnaga es la noche que en el espejo suele desmontar. Fuera mozuela y me salieran frescas mejillas si me vuelvo a encandilar.
Lunar
Francisco de Quevedo
Pues me hacéis casamentero, Ángela de Mondragón, escuchad de vuestro esposo las grandezas y el valor. Él es un Médico honrado, por la gracia del Señor, que tiene muy buenas letras en el cambio y el bolsón. Quien os lo pintó cobarde no lo conoce, y mintió, que ha muerto más hombres vivos que mató el Cid Campeador. En entrando en una casa tiene tal reputación, que luego dicen los niños: «Dios perdone al que murió». Y con ser todos mortales los Médicos, pienso yo que son todos venïales, comparados al Dotor. Al caminante, en los pueblos se le pide información, temiéndole más que a la peste de si le conoce, o no. De Médicos semejantes hace el Rey nuestro Señor bombardas a sus castillos, mosquetes a su escuadrón. Si a alguno cura, y no muere, piensa que resucitó, y por milagro le ofrece la mortaja y el cordón. Si acaso estando en su casa oye dar algún clamor, tomando papel y tinta escribe: «Ante mí pasó». No se le ha muerto ninguno de los que cura hasta hoy, porque antes que se mueran los mata sin confesión. De envidia de los verdugos maldice al Corregidor, que sobre los ahorcados no le quiere dar pensión. Piensan que es la muerte algunos; otros, viendo su rigor, le llaman el día del juicio, pues es total perdición. No come por engordar, ni por el dulce sabor, sino por matar la hambre, que es matar su inclinación. Por matar mata las luces, y si no le alumbra el sol, como murciégalo vive a la sombra de un rincón. Su mula, aunque no está muerta, no penséis que se escapó, que está matada de suerte que le viene a ser peor. Él, que se ve tan famoso y en tan buena estimación, atento a vuestra belleza, se ha enamorado de vos. No pide le deis más dote de ver que matáis de amor, que en matando de algún modo para en uno sois los dos. Casaos con él, y jamás vïuda tendréis pasión, que nunca la misma muerte se oyó decir que murió. Si lo hacéis, a Dios le ruego que os gocéis con bendición; pero si no, que nos libre de conocer al Dotor.
Romance satírico
Francisco Álvarez
En mi letargo estoy, adormecido, flotando en sueños lánguidos y oscuros, confinado a la sombra de dos muros, y relegado a transitorio olvido... Tu perfume me indica que has venido, la mano percibió tus senos duros, y al roce de tus dedos inseguros se irguió mi cuerpo firme y decidido. Enciendes en mi carne rebeldías, incitándome a dulces agresiones al abrazar tus labios mi contorno. Habré de hacer tus cavidades mías, y tuyas han de ser mis vibraciones, con cada avance y con cada retorno.
SEX(T)O SENTIDO
Antonio Colinas
Hoy comienzo a escribir como quien llora. No de rabia, o dolor, o pasión. Comienzo a escribir como quien llora de plenitud saciado, como quien lleva un mar dentro del pecho, como si el ojo contuviera toda esa inmensa colmena que es el firmamento en su breve pupila. Me enciendo por pasadas plenitudes y por estas presentes enmudezco. Lloro por tener cerca una mujer, por el agua de un monte que suena entre cipreses en un lugar de Grecia; lloro porque en los ojos de mi perro hallo la humanidad, por la arrebatadora música que quizá no merecemos, por dormir tantas noches en sosiego profundo bajo el icono y en su luz d oro, y por la mansedumbre de la vela, que sólo es eso, llama. Comienzo a escribir y también la escritura llora, porque respira y quema, porque pasa. Qué gran gozo sentirme yo mismo esa palabra que va ardiendo. (Porque yo también ardo y también paso.) Contemplo una llama muy quieta en la penumbra de suaves jardines, a la orilla de un mar calmo y antiguo, y me voy encendiendo con la dicha de saber que no existe otra verdad que no sea esa llama, es decir, la del amor que es don y que es condena. Son llamas las palabras y son llamas los ojos, que lloran sin llorar por el ser que yo fui (aquel fuego cansado que temblaba junto a otros jardines de otro mar) y por el ser que ahora está mirando fijamente una llama, y que es, en soledad, la llama más gozosa.
LA LLAMA
Dulce María Loynaz
El mundo entero se me ha quedado vacío, dejado por los hombres que se olvidaron de llevarme. Sola estoy en esta vasta tierra, sin más compañía que los animales que tampoco los hombres necesitan, que los árboles que no creen necesitar. Y mañana, cuando les falte el canto de la alondra o el perfume de la rosa, se acordarán de que hubo una flor y que hubo un pájaro. Y pensarán acaso que era bueno tenerlos. Pero cuando les falte mi verso tímido, nadie sabrá que alguna vez yo anduve entre ellos.
POEMA CXIV
Garcilaso de la Vega
¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas, dulces y alegres cuando Dios quería, Juntas estáis en la memoria mía, y con ella en mi muerte conjuradas! ¿Quién me dijera, cuando las pasadas horas que en tanto bien por vos me vía, que me habiáis de ser en algún día con tan grave dolor representadas? Pues en una hora junto me llevastes todo el bien que por términos me distes, lleváme junto el mal que me dejastes; si no, sospecharé que me pusistes en tantos bienes, porque deseastes verme morir entre memorias tristes.
SONETO X
Mario Benedetti
No te quedes inmóvil al borde del camino no congeles el júbilo no quieras con desgana no te salves ahora ni nunca no te salves no te llenes de calma no reserves del mundo sólo un rincón tranquilo no dejes caer los párpados pesados como juicios no te quedes sin labios no te duermas sin sueño no te pienses sin sangre no te juzgues sin tiempo pero si pese a todo no puedes evitarlo y congelas el júbilo y quieres con desgana y te salvas ahora y te llenas de calma y reservas del mundo sólo un rincón tranquilo y dejas caer los párpados pesados como juicios y te secas sin labios y te duermes sin sueño y te piensas sin sangre y te juzgas sin tiempo y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas entonces no te quedes conmigo.
No te salves
Santiago Montobbio
En nada hay más mentira que en los aniversarios, que en creer que Dios o el tiempo para el vivir trabajan y que en las calles aún quedan minutos para todos. Sólo la derrota puede llegar a tener forma de plaza, y quizá por eso no hago más que pedir prestado el miedoso yeso de unos ojos para romperlo mientras finjo grabar versos ahogados en el escondido corazón de las pizarras.
Donde quizá el autor explica por qué nunca quiere celebrar su cumpleaños
Félix María de Samaniego
Bebiendo un perro en el Nilo al mismo tiempo corría. —Bebe quieto—le decía un taimado cocodrilo. Díjole el perro prudente: —Dañoso es beber y andar, ¿pero es sano el aguardar a que me claves el diente?. ¡Oh, qué docto perro viejo! Yo venero tu sentir en esto de no seguir del enemigo el consejo.
EL PERRO Y EL COCODRILO
Vicente Aleixandre
¡Cuántas veces sabiendo que eras tú, yo caía en tu misma sonrisa, mar abierta, mar plana, estival, pez, sacando tus palabras conmigo! ¡Qué nadar! Tú no sabes que ese mar tan arriba es ya cielo, y que el aire me sostiene tan líquido, tan cristal, que yo en él por tus ojos tan verdes afilado me pierdo. ¡Qué nadar! Algas, vivas indecisas miradas. ¡Agua mía, si helada, aguzándome siempre! ¿No te clavo? ¿No sientes que un trayecto, una herida —¡qué lanzada!— en tu pecho, agua verde, te dejo? Con justeza te hiendo, agua suya, y palpitas, en tu pecho, mar grande, en tu carne clavado. Sin sangrar. Las espumas te resbalan, qué piel, qué agonía, y me guardas en tu inmenso destino, oh pasión, oh mar cárdeno. Surto. Cesa tu aliento, desfalleces, mar último, y te olvidas de todo para ser, sólo estar. ¡Y qué muerto! Tu verde tan profundo, reposa hasta el lento horizonte, que te cierra parado. En la orilla te miro, oh cadáver, mar mío, y te peso despacio en tu carne, y mis labios alzo fríos y secos.
MAR MUERTO
Luis de Góngora
¿En año quieres que plural cometa Infausto corta a las coronas luto, Los vestigios pisar del Griego astuto? Por cuerdo te juzgaba, aunque poeta. Salga a otro con lanza y con trompeta Mosquito antonïano resoluto, Y aun a pesar del tiempo más enjuto, Amor con botas, Venus con bayeta; Fresco verano, clavos y canela, Nieve mal de una Estrella dispensada, Aposento en las gavias el más bajo; El primer día folïón y pela, El segundo, en cualquier encrucijada, Inundaciones del nocturno Tajo.
EN LA JORNADA DE PORTUGAL
Carlos Edmundo de Ory
I Mi hija es una hoja de nieve desde los pies a la cabeza En Delfos se me dijo por la Pitia que iba a ser mío un blondo bebé y no un cachorro como engendro oscuro Pues yo no soy ni perro ni elefante sino animal con alas y sueño animal que espera el mañana y lava el mundo con la luna que me cayó en la mano El suelo de mi casa está limpio como el cabello de mi esposa Con ella subí a una torre por las escalas de la luna y a ti te dimos nombre Nacer es ya un principio del fin Y a ti te dimos nombre II Abuela de los pétalos ya tiene un año de aire habla canta y se divierte y nos columpia el alma Querube de abolengo eres y eres vida día y noche Cada pestañeo tuyo es como un pez que crece ¿Quién soy yo que me prestan los ángeles sus muñecas? Plomo en los pies quiero ponerte cuando me vaya al país natal donde no hay rastro de polvo para que no te corra sin mi ira el huracán del mundo III Mi niña es tallo la flor de la superación Mi niña es levadura Ella también es yema y sobre todo llama o fuego del cielo Nada temas padre cantor ella es ella es lo que es ángel continuo y de raíz y carne desnuda de viento ligero Dulce algodón visible y muscular pirámide de molécula que a la fuerza interviene y se sitúa desde los brazos de su madre —mi esposa llena de cucharas limpias— en la úlcera del mundo El mundo can que aúlla catástrofe ciego en los arrecifes cojo entre los escollos la cola entre las piernas IV Nada temas Solveig pasa la pluma de su mano por tu temblor paterno Ese peso de lágrimas y de risa llena el saco de nuestra vida Ya trota y huella la tierra Ya nos llama con su hato de sílabas Ya su mímica vale la vida Ya la vida vale su música Ya sus gritos de gran ópera sacuden los árboles del silencio V Oigo su voz sin nido todavía en la laringe armónica Y tu madre se mete en la cocina para inventar pasteles Dios firme la paz sobre nuestras cabezas y tú que no eres sino un relámpago un relámpago en mis brazos yerba humana crecida en el alba de oro y viceversa alba de oro crecida en la yerba humana me has vuelto al reino invencible de inocencia y bondad VI Ella es la piel de mi alma como su madre es la carne Toda ella es mía y ella es mi mitad La otra mitad es de cosa mía Entonces tiene que vivir Estrella de pelo dorado Pitiminí del universo Luz de todas mis letanías y de todas mis metáforas
SOLVEIG
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Aquí está el pan, el vino, la mesa, la morada: el menester del hombre, la mujer y la vida: a este sitio corría la paz vertiginosa, por esta luz ardió la común quemadura. Honor a tus dos manos que vuelan preparando los blancos resultados del canto y la cocina, salve! la integridad de tus pies corredores, viva! la bailarina que baila con la escoba. Aquellos bruscos ríos con aguas y amenazas, aquel atormentado pabellón de la espuma, aquellos incendiaron panales y arrecifes son hoy este reposo de tu sangre en la mía, este cauce estrellado y azul como la noche, esta simplicidad sin fin de la ternura.
Cien sonetos de amor
Andrés Eloy Blanco
He renunciado a ti. No era posible Fueron vapores de la fantasía; son ficciones que a veces dan a lo inaccesible una proximidad de lejanía. Yo me quedé mirando cómo el río se iba poniendo encinta de la estrella... hundí mis manos locas hacia ella y supe que la estrella estaba arriba... He renunciado a ti, serenamente, como renuncia a Dios el delincuente; he renunciado a ti como el mendigo que no se deja ver del viejo amigo; Como el que ve partir grandes navíos como rumbo hacia imposibles y ansiados continentes; como el perro que apaga sus amorosos brios cuando hay un perro grande que le enseña los dientes; Como el marino que renuncia al puerto y el buque errante que renuncia al faro y como el ciego junto al libro abierto y el niño pobre ante el juguete caro. He renunciado a ti, como renuncia el loco a la palabra que su boca pronuncia; como esos granujillas otoñales, con los ojos estáticos y las manos vacías, que empañan su renuncia, soplando los cristales en los escaparates de las confiterías... He renunciado a ti, y a cada instante renunciamos un poco de lo que antes quisimos y al final, !cuantas veces el anhelo menguante pide un pedazo de lo que antes fuimos! Yo voy hacia mi propio nivel. Ya estoy tranquilo. Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño; desbaratando encajes regresaré hasta el hilo. La renuncia es el viaje de regreso del sueño...
LA RENUNCIA
José Ángel Buesa
Ahora que ya te fuiste, te diré que te quiero. Ahora que no me oyes, ya no debo callar. Tú seguirás tu vida y olvidarás primero... Y yo aquí, recordándote, a la orilla del mar. Hay un amor tranquilo que dura hasta la muerte, y un amor tempestuoso que no puede durar. Acaso aquella noche no quise retenerte... y ahora estoy recordándote a la orilla del mar. Tú, que nunca supiste lo que yo te quería, quizás entre otros brazos lograrás olvidar... Tal vez mires a otro, igual que a mí aquel día... Y yo aquí, recordándote, a la orilla del mar. El rumor de mi sangre va cantando tu nombre, y el viento de la noche lo repite al pasar. Quizás en este instante tú besas a otro hombre... Y yo aquí, recordándote, a la orilla del mar... Y yo aquí, recordándote, a la orilla del mar...
NOCTURNO VII
Vicente Gerbasi
El acto simple de la araña que teje una estrella en la penumbra, el paso elástico del gato hacia la mariposa, la mano que resbala por la espalda tibia del caballo, el olor sideral de la flor del café, el sabor azul de la vainilla, me detienen en el fondo del día. Hay un resplandor cóncavo de helechos, una resonancia de insectos, una presencia cambiante del agua en los rincones pétreos. Reconozco aquí mi edad hecha de sonidos silvestres, de lumbre de orquídea, de cálido espacio forestal, donde el pájaro carpintero hace sonar el tiempo. Aquí el atardecer inventa una roja pedrería, una constelación de luciérnagas, una caída de hojas lúcidas hacia los sentidos, hacia el fondo del día, donde se encantan mis huesos agrestes.
EN EL FONDO FORESTAL DEL DÍA
Luis Alberto de Cuenca
No olvidaste jamás la impenetrable claridad de aquella tarde. Llovía y navegaban hacia el Sur los navíos con algo de tristeza en las miradas: las cariátides de proa, suaves y melancólicas como una antigua canción, y las vinosas llanuras del recuerdo en la voz áspera del contramaestre. Tierra firme y rojiza, patíbulos hirsutos, fortalezas insommes de Basse-Terre, como espectros surgidos de la más ambiciosa ghost story; alineados delfines, disciplinadas orcas en el pulcro despacho de Levasseur, y un viejo cielo añil entreverado de ángeles vudú. Te alimentabas de cazabe y de naipes entonces, revolvías en tu cabeza la idea del suicidio, y el deseado cargamento de mujeres francesas no llegaba a alcanzar las costas de tu isla. Amigo de los desolados octubres, pensabas un acantilado de esquirlas azuladas y de secretos. Rumbo a Jamaica todos los hombres son iguales: arabescos de encaje en las camisas de lino puro, desnudo el pecho selvático, risueño el corazón; la furia de los vientos apresada en el istmo por argonautas holandeses, sobre lujosos alambiques marinos destilando la Historia. Dibujaste simbólicos desdenes de piedra, de cristal, ensenadas umbrías, altivos promontorios de silencio. Era triste el lamento de tus pinceles en la bahía, como una expedición a Maracaibo (sable desnudo, pólvora, ese antiguo clamor resucitando la belleza del instante con la fatalidad de los oráculos imprevistos). Apenas llego a distinguir el perfil de tu críptica escritura. No hay patente de corso que permanezca siempre. El timón acelera los pulsos de tus sienes: sólo queda morir de fiebre o de alegría en las heladas playas del misterio.
EVOCACIÓN DE FRANCISCO SALAS, COSMÓGRAFO
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Desnuda eres tan simple como una de tus manos, lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente, tienes líneas de luna, caminos de manzana, desnuda eres delgada como el trigo desnudo. Desnuda eres azul como la noche en Cuba, tienes enredaderas y estrellas en el pelo, desnuda eres enorme y amarilla como el verano en una iglesia de oro. Desnuda eres pequeña como una de tus uñas, curva, sutil, rosada hasta que nace el día y te metes en el subterráneo del mundo como en un largo túnel de trajes y trabajos: tu claridad se apaga, se viste, se deshoja y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.
Cien sonetos de amor
Amado Nervo
Flor de Mayo, como un rayo de la tarde, se moría... Yo te quise, Flor de Mayo, tú lo sabes; ¡pero Dios no lo quería! Las olas vienen, las olas van, cantando vienen, cantando irán. Flor de Mayo ni se viste ni se alahaja ni atavía; ¡Flor de Mayo está muy triste! ¡Pobrecita, pobrecita vida mía! Cada estrella que palpita, desde el cielo le habla asi: «Ven conmigo Florecita, brillarás en la extensión igual a mí.» Flor de Mayo, con desmayo, le responde: «¡Pronto iré!» .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. Se nos muere Flor de Mayo, ¡Flor de Mayo, la Elegida, se nos fue! Las olas vienen, las olas van, cantando vienen, llorando irán... «¡No me dejes!», yo le grito; «¡No te vayas, dueño mío: el espacio es infinito y es muy negro y hace frío, mucho frío!» Sin curarse de mi empeño, Flor de Mayo se alejó, y en la noche, como un sueño, misteriosamente triste se perdió. Las olas vienen, las olas van, cantando vienen, ¡ay cómo irán! Al amparo de mi huerto una sola flor crecía: Flor de Mayo, y se me ha muerto... Yo la quise, ¡pero Dios no lo quería!
La canción de Flor de Mayo
Alfonsina Storni
Oh mar, enorme mar, corazón fiero De ritmo desigual, corazón malo, Yo soy más blanda que ese pobre palo Que se pudre en tus ondas prisionero. Oh mar, dame tu cólera tremenda, Yo me pasé la vida perdonando, Porque entendía, mar, yo me fui dando: «Piedad, piedad para el que más ofenda». Vulgaridad, vulgaridad me acosa. Ah, me han comprado la ciudad y el hombre. Hazme tener tu cólera sin nombre: Ya me fatiga esta misión de rosa. ¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena, Me falta el aire y donde falta quedo, Quisiera no entender, pero no puedo: Es la vulgaridad que me envenena. Me empobrecí porque entender abruma, Me empobrecí porque entender sofoca, ¡Bendecida la fuerza de la roca! Yo tengo el corazón como la espuma. Mar, yo soñaba ser como tú eres, Allá en las tardes que la vida mía Bajo las horas cálidas se abría... Ah, yo soñaba ser como tú eres. Mírame aquí, pequeña, miserable, Todo dolor me vence, todo sueño; Mar, dame, dame el inefable empeño De tornarme soberbia, inalcanzable. Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza. ¡Aire de mar!... ¡Oh, tempestad! ¡Oh enojo! Desdichada de mí, soy un abrojo, Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza. Y el alma mía es como el mar, es eso, Ah, la ciudad la pudre y la equivoca; Pequeña vida que dolor provoca, ¡Que pueda libertarme de su peso! Vuele mi empeño, mi esperanza vuele... La vida mía debió ser horrible, Debió ser una arteria incontenible Y apenas es cicatriz que siempre duele.
Frente al mar
Luis de Góngora
El que a su mujer procura Dar remedio al mal de madre, Y ve que no la comadre Sino que el Cura la cura, Si piensa que el Padre Cura Trae la virtud en la estola, Mamóla. Soldado que de la armada Partió a casarse doncel Con la que lo es menos que él (Aunque mucho más soldada), Si la vitoria ganada Atribuye a la pistola, Mamóla. La dama que llama el paje Dejó en la cama a su esposo Y le halló, de celoso, Más helado que el potaje; Si ella dijo era mensaje De su madre, y él creyóla, Mamóla. Si abierta la puerta tiene Todo el año la casada, No es bien la halle cerrada El marido cuando viene; Y si en abrir se detiene Y piensa que estaba sola, Mamóla. El padre que no replica Viendo gastar a las hijas Galas, copete y sortijas, Desde la grande a la chica, Si piensa no usan de pica Cuando ya saben de gola, Mamóla. El que da mil alabanzas A su mujer, porque sabe Hacer con estremo grave Mil diferencias de danzas, Si el que pagó estas mudanzas Piensa no hizo cabriola, Mamóla. Si piensa el que vio amarilla A su dama de contino, Cuando el rojo sobrevino En una y otra mejilla, Que no es ajena semilla La que causa esta amapola, Mamóla. La dama que en su retrete Sólo al tenderete juega, Y para jugarlo alega Ser la cama buen bufete, Si piensa que el «tenderete» No es juego de pirinola, Mamóla. Si piensa el que a doña Inés En conversación la halló, Donde sólo se trató De la toma de Calés, Que no fue sarao francés Ni acabó en justa española, Mamóla. El que, por más que espolee, No endereza el acicate (Quizá porque mejor bate Otro el vientre), si no cree Que, porque no se mosquee, Le han castigado la cola, Mamóla.
El que a su mujer procura
Gonzalo Rojas
1. Lo que pasa con el gran lárico es que nació muerto de sed y no la ha saciado, ni aun muriéndose la ha saciado, ni aun yéndose barranco abajo en Valparaíso este lunes, ni aun así la ha saciado dipso y mágico hasta el fin entre los últimos alerces que nos van quedando, —¡yo también soy alerce y sé lo que digo!—: lo que nos pasa con este Jorge Teillier es que ha muerto. 2. Y yo aquí sin nadie, vagamundo sin él, en el carrusel de la Puerta del Sol, vacío entre el gentío, errando por error, andando-llorando como habrá que llorar hombremente en seco —la pena araucana al fondo— a un metro del mentidero de Madrid bajando por la calle del Arenal a la siga de Quevedo que algo supo de la peripecia del perdedor, y algo y algo de las medulas que han gloriosamente ardido. 3. Ay, polvo enamorado, ya este loco habrá entrado en la eternidad de su alcohol que era como su niñez, ya habrá bebido otra vez sangre de cordero bajo la lluvia a cántaros de Lautaro que fue su reino de rey por parición y aparición, ya Lihn le habrá llenado la copa, ya Esenín le habrá abierto la puerta alta al gran despiadado de sí mismo. Aquí le dejo mi pacto que no firmamos a tiempo, la danza de Isadora le dejo, el beso, la risa fresca de Mafalda que no está, la figura de lo instantáneo de la que pende el Mundo.
PACTO CON TEILLIER
Ana Rossetti
(1984) MOMENTO I Y la música ardiendo, estallando, araña es de cristal, o una bengala; el limón sobre un vaso teñido de violeta, vigilante; y el blanco pantalón, que en medio de la noche resplandece, arrogante y magnífico como un corcel de Uccello, hasta la madrugada perseveran. MOMENTO II Y la larga experiencia —femineidad rapaz del ojo— ha descifrado en cierta boca triste o impaciente ademán, o en tráslucida cera de una carne vencida, al tasador más alto. Lentos dedos resbalan, por la cadena, un dije, del escote el confín, yerta gota cayendo, amenazando al torso que se ahueca. MOMENTO III Y ese instante: la puerta traspasada que se cierra apresando, y el peligro contiguo y el abrazo inminente pues la luz ha prendido por sorpresa la estancia y una ajena presencia, radiante entre las joyas, devuelven las vitrinas. Y quizás la belleza sea sólo desconcierto. MOMENTO IV Y después, las arrugadas sábanas por entre las baldosas serpentean; los cajones volcados, vacíos los estantes y roto el estilete tras obstinado estupro. Mas si él tuvo la fruta del verano y la ilusión de amor casi duró una hora, quién fue el depredador y qué lo más valioso. SIEMPRE NOCTURNO Cada noche implacable, cada noche, la ginebra cimbrea visiones y deseos, y un lamento de intolerable ansia —dice llamarse música— exhausta se sucede. Y el neón carmesí, cordoncillo enredado en la pálida estrella de la aurora sólo es sangre delgada. Despedida.
NOCTURNO
Manuel Machado
Largas tardes campestres; alamedas rosadas; aire delgado que el aroma apenas sostiene de la acacia; huerto, pinar... Llanuras de oro viejo, azul de la montaña... Esquilas del arambre y balido, sin fin, de la majada, en el silencio claro... ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama! Maravillosa noche estremecida por el rumor del agua y el fulgor de los astros —imán de la mirada perdida en lo insondable de la eterna pregunta—. (El grillo canta, corre la estrella, el aire suspira entre las ramas). Sueño tranquilo y sano, velado por las plantas humildes de la tierra y por el bravo eucalipto que asoma a mi ventana... Noche de paz y de salud y sueño... ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama! Allegro matinal, tímida gloria y milagro de nácar, a las corolas risa, trino a las aves y delicia del alma, aire en las sienes, despertar, eterna juventud —¡oh mañana que abres los ojos y las rosas!—, dulce y poderosa gracia... Mañana de mi huerto, suave y pura... ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama! ¡Me llama la ciudad —que ignora el cielo y la tierra y el agua y el sol y las estrellas—, febril y jadeante, apresurada, con su aliento mefítico, y su llanto y sus máquinas, sonora de metales infecta de palabras!
REGRESO
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Tienes del archipiélago las hebras del alerce, la carne trabajada por los siglos del tiempo, venas que conocieron el mar de las maderas, sangre verde caída de cielo a la memoria. Nadie recogerá mi corazón perdido entre tantas raíces, en la amarga frescura del sol multiplicado por la furia del agua, allí vive la sombra que no viaja conmigo. Por eso tú saliste del Sur como una isla poblada y coronada por plumas y maderas y yo sentí el aroma de los bosques errantes, hallé la miel oscura que conocí en la selva, y toqué en tus caderas los pétalos sombríos que nacieron conmigo y construyeron mi alma.
Cien sonetos de amor
Ángel González
Mi memoria conserva apenas solo el eco vacilante de su alta melodía: lamento de metal, rumor de alambre, voz de junco, también latido, vena. Recuerdo claramente su erre temblorosa, su estremecida erre suspendida sobre un abismo de silencio y ámbar, desprendiéndose casi de la música oscura que por detrás la asía, defendiéndose apenas del cálido misterio que la alzaba en el aire creando un solo cuerpo de luz y de belleza. Luminosa y precisa, yo la sentía en mi ser profundamente, sabía su sentido, descifraba sin llanto su mensaje, porque acaso ella fuese —o sin acaso: cierto— la única palabra irrefrenable que mi sangre entendía y pronunciaba: una palabra para estar seguro, talismán infalible significando aquello que nombraba. Como un perfume que lo explica todo, como una luz inesperada, su presencia de viento y melodía hería los sentidos, golpeaba el corazón, estremecía la carne con el presentimiento verdadero de la honda realidad que descubría. Pronunciarla despacio equivalía a ver, a amar, a acariciar un cuerpo, a oler el mar, a oír la primavera, a morder una fruta de piel dulce. Todo ocurría así, hasta que un día la dije bien, y no entendí su cántico. La grité clara, la repetí dura, y esperé avidamente, y percibí, lejano, un eco inexplicable, infiel reflejo que en vez de iluminar, oscurecía, que en vez de revelar, cubrió de tierra la imprecisa nostalgia de su antiguo mensaje. Cuando un nombre no nombra, y se vacía, desvanece también, destruye, mata la realidad que intenta su designio.
PALABRA MUERTA, REALIDAD PERDIDA
Pablo Neruda
DEJO mis viejos libros, recogidos en rincones del mundo, venerados en su tipografía majestuosa, a los nuevos poetas de América, a los que un día hilarán en el ronco telar interrumpido las significaciones de mañana. Ellos habrán nacido cuando el agreste puño de leñadores muertos y mineros haya dado una vida innumerable para limpiar la catedral torcida, el grano desquiciado, el filamento que enredó nuestras ávidas llanuras. Toquen ellos infierno, este pasado que aplastó los diamantes, y defiendan los mundos cereales de su canto, lo que nació en el árbol del martirio. Sobre los huesos de caciques, lejos de nuestra herencia traicionada, en pleno aire de pueblos que caminan solos, ellos van a poblar el estatuto de un largo sufrimiento victorioso. Que amen como yo amé mi Manrique, mi Góngora, mi Garcilaso, mi Quevedo: fueron titánicos guardianes, armaduras de platino y nevada transparencia, que me enseñaron el rigor, y busquen en mi Lautréamont viejos lamentos entre pestilenciales agonías. Que en Maiakovsky vean cómo ascendió la estrella y cómo de sus rayos nacieron las espigas.
Testamento (II)
Ezequiel Martínez Estrada
Pronto hemos de separarnos y de decirnos adiós. Uno seguirá camino, el otro no. Quiero quedarme y que sigas como si te fuera en pos; pero no vuelvas la cara, mujer de Lot. Irás sola, ¿y por qué triste?, con mi recuerdo y con Dios. Será posible que encuentres alguna flor. Si en cambio tú te quedaras, ¿cómo podré seguir yo? Las noches me encontrarían en donde estoy.
QUIERO QUEDARME
Juan de Mena
X Mas bien acatada tu varia mudança, por ley te goviernas, maguer discrepante, ca tu firmeza es non ser constante, tu temperamento es distemperança, tu más cierta orden es desordenança, es la tu regla seer muy enorme, tu conformidat es non ser confforme, tú desesperas a toda sperança.
PROPIEDADES DE LA FORTUNA
León Felipe
Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto. Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre... ha inventado todos los cuentos. Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos... y sé todos los cuentos.
SÉ TODOS LOS CUENTOS
San Juan de la Cruz
Tras de un amoroso lance y no de esperança falto volé tan alto tan alto que le di a la caça alcance. I Para que yo alcance diesse a aqueste lance divino tanto bolar me convino que de vista me perdiesse y con todo en este trance en el buelo quedé falto mas el amor fue tan alto que le di a la caça alcance. II Quanto más alto suvía deslumbróseme la vista y la más fuerte conquista en escuro se hazía mas, por ser de amor el lance di un ciego y oscuro salto y fuy tan alto tan alto que le di a la caça alcance. III Cuanto más alto llegava de este lance tan subido tanto más baxo y rendido y abatido me hallava dixe: No abrá quien alcance. Abatíme tanto tanto que fuy tan alto tan alto que le di a la caça alcance. IV Por una estraña manera mil buelos pasé de un buelo porque esperança de cielo tanto alcança quanto espera esperé solo este lance y en esperar no fuy falto pues fuy tan alto tan alto, que le di a la caça alcance.
OTRA DE EL MISMO A LO DIVINO
José Antonio Labordeta
Se apuesta en el café las últimas partidas de baraja. Din, dan. Din, dan: Las campanas domingo en la ciudad tarde que avienta el viento hasta la orilla. Y los muchachos sueñan, en las paredes, con posters que se clavan trayéndoles recuerdos de París y de su audacia: Melenas, pantalones, largos jerseys, tristeza, vacío en las espaldas. Y un guateque moral atardece el domingo en las casas lujosas. El resto, la ciudad, los chicos y las chicas de ordinario, pasean vagamente por los porches.
Domingo decembrino
Juan Ramón Jiménez
¡Allá va el olor de la rosa! ¡Cójelo en tu sinrazón! ¡Allá va la luz de la luna! ¡Cójela en tu plenitud! ¡Allá va el cantar del arroyo! ¡Cójelo en tu libertad!
ALEGRÍA NOCTURNA
Luis de Góngora
Clarísimo Marqués, dos veces claro, Por vuestra sangre y vuestro entendimiento, Claro dos veces otras, y otras ciento Por la luz, de que no me sois avaro, De los dos soles que el pincel más raro Dio de su luminoso firmamento A vuestro seno ilustre (atrevimiento Que aun en cenizas no saliera caro); ¿Qué águila, señor, dichosamente La región penetró de su hermosura Por copiaros los rayos de su frente? Cebado vos los ojos de pintura, En noche camináis, noche luciente, Que mal será con dos soles obscura.
AL MARQUÉS DE AYAMONTE QUE, PASANDO POR CÓRDOBA
Luciano Castañón
Aquí el noray y la maroma simulando inútil horca —él es hierro, ella soga— Luego el bote al albedrío del agua por la luz rota; breves lomas de carbón y pluralidad de boyas. Cerca remendadoras de redes que sutiles trampas tejen; culonas popas de barcos solemnemente bautizados ; costillares de la grúa quietos sobre una falúa. Más allá, borrosos por la bruma densa los urbanos almacenes, tejados: ásperos tinglados fabriles y enhiestas chimeneas —de una brota improvisado chorro de humo que aletea— El moribundo día deja caer el telón de sus párpados en la móvil luz del agua. Desdibújanse nubes compactas que rasgan postrimeras rojas vetas. Sólo el vuelo en adiós de la gaviota —recelosa e insolidaria— inquieta el apesadumbrado atardecer La giba de Cimadevilla calla.
Desde el muelle
Ángel González
El otoño se acerca con muy poco ruido: apagadas cigarras, unos grillos apenas, defienden el reducto de un verano obstinado en perpetuarse, cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste. Se diría que aquí no pasa nada, pero un silencio súbito ilumina el prodigio: ha pasado un ángel que se llamaba luz, o fuego, o vida. Y lo perdimos para siempre.
EL OTOÑO SE ACERCA
Carmen Conde Abellán
Esto que se termina soy yo. No puedo pasar de mí. He llegado hasta mis propios bordes; rebosaría, derramándome, si quisiera a la Puerta de Dios llamar. Una mirada en sí; unos sentidos todos dentro de ellos mismos... Soy ahora el límite total de la criatura. Voy a afirmarme ante el No, a gritar que vine henchida de un latido inexpresable; y que espero me sostengan unas manos sin pulpa de la tierra. Todo llegó conmigo; fabulosas miserias traje absorta y un delgadísimo ramaje de venturas que soñaba bosque de amor en el mundo. De aquí no espero brotar. Nadie me llama. ¿Voy a persistir cual una sombra delante de tu voz jamás oída? Atiéndeme, misterio; no te alcanzo. ¿Eres la quietud, eres violencia de quietud...? ¿Eres yo misma?
ROCE DE LÍMITES
Mario Benedetti
¿Cómo será el mundo cuando no pueda yo mirarlo ni escucharlo ni tocarlo ni olerlo ni gustarlo? ¿cómo serán los demás sin este servidor? ¿o existirán tal como yo existo sin los demás que se me fueron? sin embargo ¿por qué algunos de éstos son una foto en sepia y otros una nobe en los ojos y otros la mano de mi brazo? ¿cómo seremos todos sin nosotros? ¿qué color qué ruidos qué piel suave qué sabor qué aroma tendrá el ben(mal)dito mundo? ¿qué sentido tendrá llegar a ser protagonista del silencio? ¿vanguardia del olvido? ¿qué será del amor y el sol de las once y el crepúsculo triste sin causa valedera? ¿o acaso estas preguntas son las mismas cada vez que alguien llega a los sesenta? ya sabemos cómo es sin las respuestas mas ¿cómo será el mundo sin preguntas?
Happy birthday
Gonzalo Rojas
Tú llorarás a mares tres negros días, ya pulverizada por mi recuerdo, por mis ojos fijos que te verán llorar detrás de las cortinas de tu alcoba, sin inmutarse, como dos espinas, porque la espina es la flor de la nada. Y me estarás llorando sin saber por qué lloras, sin saber quién se ha ido: si eres tú, si soy yo, si el abismo es un beso. Todo será de golpe como tu llanto encima de mi cara vacía. Correrás por las calles. Me mirarás sin verme en la espalda de todos los varones que marchan al trabajo. Entrarás en los cines para oírme en la sombra del murmullo. Abrirás la mampara estridente: allí estarán las mesas esperando mi risa tan ronca como el vaso de cerveza, servido y desolado.
SIEMPRE EL ADIÓS
Fa Claes
Desde Rijmenam lanzo pensamientos, lazos por el espacio; y, mira, flotan sueltos se tornan aros y ¿qué?, ¿dónde?; no vuelven a mí. Estoy sentado aquí y pienso ¿dónde están mis aros, dónde mis lazos? Y presumo que mis pensamientos muy allá lejos preguntan ¿qué? ¿dónde?: es Fa Claes en Rijmenam.
¿Qué? ¿Dónde?
Basilio Fernández
Los desengaños del Mundo Cristela Lozano Los poderosos centellean en su oro pálido, las clases pudientes aman su dialéctica, no su ignominia, vituperan la edad de oro totémica pero creen en su plenitud. Como titanes que emergen del asfalto, esbeltos testimonios de obcecación temporal, no los salva el amor, sino el dinero, de la tierra, del caos, de donde exhuman la plata. Niegan la resurrección de la carne. Buscan sus paraísos en estado amorfo, sus huríes descamisadas, y encuentran su némesis, su noche ebria, sus dardos adventicios. que traspasan su sombra cuando entrevén el desamparo. Pero es sólo un instante. Reconciliados con las flores, con voz atronadora, claman, chapotean en la soledad, viven en lo hueco del mundo. Ya les ha cicatrizado la herida intemporal de la usura.
Los poderosos...
Luis de Góngora
Ilustre y hermosísima María, Mientras se dejan ver a cualquier hora En tus mejillas la rosada aurora, Febo en tus ojos, y en tu frente el día, Y mientras con gentil descortesía Mueve el viento la hebra voladora Que la Arabia en sus venas atesora Y el rico Tajo en sus arenas cría; Antes que de la edad Febo eclipsado, Y el claro día vuelto en noche obscura, Huya la aurora del mortal nublado; Antes que lo que hoy es rubio tesoro Venza a la blanca nieve su blancura, Goza, goza el color, la luz, el oro.
Ilustre y hermosísima María
Alfredo Buxán
No temo el arraigo de la soledad en el derrumbadero de las tardes, ni el desvalimiento de la cólera que destruye a traición nuestra esperanza, ni el agudo entrechocar de la erosión en la conciencia alerta de mis huesos, sino tu eterna ausencia repentina, más grave y más amarga que la muerte.
Para dormir en paz
Roque Dalton
Poesía Perdóname por haberte ayudado a comprender que no estás hecha sólo de palabras.
ARTE POÉTICA 1974
Víctor Jiménez
Mana recuerdos tibios la tarde de noviembre mientras sobre la cama me acostumbro a la muerte. Acodado y absorto, un niño, desde el puente, contempla, al sol, las barcas. Con ojos transparentes el niño mira, y tiembla el agua en las paredes. Con las aguas del río, del mar y de la fuente, con las aguas del cielo lo que se fue nos vuelve. Sigue lloviendo y sigo haciéndome a la muerte. Con la lluvia verdean los recuerdos de siempre. Humeante y veloz pasa un tren bajo el puente y en su estela de humo a lo lejos se pierde sin dejar lejanía. En mi pecho inocente, de niño, qué milagro, qué alegría, qué suerte no saber cuánta vida se nos va con los trenes. Y después, cuánta lumbre apagada en la nieve. Como un perro de sombra, ¿quién una, algunas veces no dejó vagabunda el alma en los andenes? Se empañan los cristales del recuerdo. Me vence el sueño. El niño va cayendo en la corriente. Nada. Nada después más triste. Lentamente, en las aguas del tiempo, como el gozo fue hundiéndose. La lluvia va amainando, apenas casi llueve.
La arriada
Nicolás Guillén
En los dientes, la mañana, y la noche en el pellejo. ¿Quién será, quién no será? —El negro. Con ser hembra y no ser bella, harás lo que ella te mande. ¿Quién será, quién no será? —El hambre. Esclava de los esclavos, y con los dueños tirana. ¿Quién será, quién no será? —La caña. Escándalo de una mano que nunca ignora la otra. ¿Quién será, quién no será? —La limosna. Un hombre que está llorando con la risa que aprendió. ¿Quién será, quién no será? —Yo.
ADIVINANZAS
José Asunción Silva
En la región oculta de las ninfas El sesgo rayo a penetrar alcanza Y alumbra al pie de despeñadas linfas De las ondinas la nocturna danza. DIEGO FALLÓN, La luna Es la hora en que los muertos se levantan mientras que duerme el mundo de los vivos, en que el alma abandona el frágil cuerpo y sueña con lo santo y lo infinito Vierte la luna plateados rayos que reflejan las ondas en el río y que iluminan, con sus tintes vagos los medrosos despojos de un Castillo. Todo es silencio allí, do en otro tiempo hubo bullicio y locas alegrías... ¡Pero mirad! son vaporosas sombras las que en la oscura selva se deslizan. ¡Ah! no temáis no son aterradores fantasmas de otros tiempos —son ondinas; mirad cómo se abrazan y confunden cómo raudas por el aire giran, apenas tocan con el pie ligero del prado la mullida superficie. Ya se avanzan... girando en la espesura o se sumergen en las ondas límpidas; y al compás de una música que suena como el lejano acorde una lira elévanse, empujadas por el leve viento que sus cabellos acaricia... Pero callad... alumbra el horizonte con sus primeros tintes nuevo día, y las sombras se pierden al borrarse del bosque entre las húmedas neblinas.
LAS ONDINAS
Diana Bellessi
Marea de mi corazón déjame ir en las ligustrinas como un insecto o como la misma ligustrina en el rumor en el rasante vuelo de las golondrinas alrededor de los aleros en la música minimal donde se hunde mi vecino mientras tapiza con golpecitos los respaldos de las sillas en el sol rasgado por la brisa no ser lo otro lo que mira. Desligarme del ser hacia aquel estar mayestático de la dicha. Alfombra de orquídeas diminutas sobre el pasto florecen antes que la máquina cortadora de césped las arrase ¿aprendieron? Corolas violáceas enjoyadas que emergen en cinco días de sus tallos aprendieron la brevedad? de la vida sin ser lo otro que del origen nos aparta
MAREA DE MI CORAZÓN
Xavier Villaurrutia
Cuando los hombres alzan los hombros y pasan o cuando dejan caer sus nombres hasta que la sombra se asombra cuando un polvo más fino aún que el humo se adhiere a los cristales de la voz y a la piel de los rostros y las cosas cuando los ojos cierran sus ventanas al rayo del sol pródigo y prefieren la ceguera al perdón y el silencio al sollozo cuando la vida o lo que así llamamos inútilmente y que no llega sino con un nombre innombrable se desnuda para saltar al lecho y ahogarse en el alcohol o quemarse en la nieve cuando la vi cuando la vid cuando la vida quiere entregarse cobardemente y a oscuras sin decirnos siquiera el precio de su nombre cuando en la soledad de un cielo muerto brillan unas estrellas olvidadas y es tan grande el silencio del silencio que de pronto quisiéramos que hablara o cuando de una boca que no existe sale un grito inaudito que nos echa a la cara su luz viva y se apaga y nos deja una ciega sordera o cuando todo ha muerto tan dura y lentamente que da miedo alzar la voz y preguntar "quién vive" dudo si responder a la muda pregunta con un grito por temor de saber que ya no existo porque acaso la voz tampoco vive sino como un recuerdo en la garganta y no es la noche sino la ceguera lo que llena de sombra nuestros ojos y porque acaso el grito es la presencia de una palabra antigua opaca y muda que de pronto grita porque vida silencio piel y boca y soledad recuerdo cielo y humo nada son sino sombras de palabras que nos salen al paso de la noche
NOCTURNO ETERNO
Mario Benedetti
Vuelves, día de siempre, rompiendo el aire justamente donde el aire había crecido como muros. Pero nos iluminas brutalmente y en la sencilla náusea de tu claridad sabemos cuándo se nos caerán los ojos, el corazón, la piel de los recuerdos. Claro, mientras tanto hay oraciones, hay pétalos, hay ríos, hay la ternura como un viento húmedo. Sólo mientras tanto.
Sólo mientras tanto
José María Hinojosa
Nuestros cabellos flotan en la curva del aire y en la curva del agua flota un barco pirata que lleva en su cubierta entre cercos de brea tus miradas de ámbar y el ámbar de tus manos. Nuestros cabellos flotan en aire enrojecido mientras su cuerpo pende hecha color su carne de los siete colores tendidos en un arco sobre el cielo de hule herido por sus ojos. ¿Por qué siempre rehúyes el encerrar tu carne en mi carne cuajada de flores y de heridas abiertas con puñales en madrugadas blancas llegadas del desierto entre nubes de polvo? Nuestros cabellos flotan en la curva del aire envueltos entre ráfagas de crímenes violentos y manos inocentes quieren lavar la sangre derramada en la tierra por el primer amor.
NUESTRO AMOR EN EL ARCO IRIS
Juan Ramón Jiménez
Estoy completo de naturaleza, en plena tarde de áurea madurez, alto viento en lo verde traspasado. Rico fruto recóndito, contengo lo grande elemental en mí (la tierra, el fuego, el agua, el aire), el infinito. Chorreo luz: doro el lugar oscuro, trasmito olor: la sombra huele a dios, emano son: lo amplio es honda música, filtro sabor: la mole bebe mi alma, deleito el tacto de la soledad. Soy tesoro supremo, desasido, con densa redondez de limpio iris, del seno de la acción. Y lo soy todo. Lo todo que es el colmo de la nada, el todo que se basta y que es servido de lo que todavía es ambición.
EL OTOÑADO
David Escobar Galindo
No busco la verdad, pero persigo su estela cautivante, su aleteo que es la réplica infiel de lo que creo y el huidizo fulgor de lo que digo. La verdad absoluta es un castigo que quizás no merezca mi deseo. Y su ausencia es el último trofeo que desvela mi angustia de testigo. Me quedo con la flor de la pregunta, aspirando el aroma sin respuesta, dejando que el silencio apenas hable. Y al sentir que la lágrima despunta, la verdad, como un grillo, me contesta desde el jardín del vértigo insondable.
DIÁLOGO EN LA TINIEBLA
Bertolt Brecht
Jamás, ma soeur, te he amado tanto como cuando me fui de ti en aquel crepúsculo. Me engulló el bosque, el bosque azul, ma soeur, sobre el que los pálidos astros quedaban para siempre ya al oeste. No me reí ni lo más mínimo, nada nada, ma soeur, yo, que jugando me dirigía a mi oscuro destino- mientras que ya los rostros tras de mí lentos palidecían en el atardecer del bosque azul. Todo fue hermoso en aquella tarde única, ma soeur, y nunca más después; tampoco antes- claro que sólo me quedaban ya los grandes pájaros que al atardecer tienen hambre en el oscuro cielo.
Jamás, ma soeur, te he amado tanto
Manuel Altolaguirre
Sentirse solo en medio de la vida casi es reinar, pero sentirse solo en medio del olvido, en el oscuro campo de un corazón, es estar preso, sin que siquiera una avecilla trine para darme noticias de la aurora. Y el estar preso en varios corazones, sin alcanzar conciencia de cuál sea la verdadera cárcel de mi alma, ser el centro de opuestas voluntades, si no es morir, es envidiar la muerte.
MIS PRISIONES
Carlos Bousoño
Mira los aires, alma solitaria, alma triste que sola vas gimiendo. Asciende, sube. Amor te espera. La cima es alta. Escaso, el aparejo. Aleteante, temblorosa y blanca, te veo subir con retenido esfuerzo. Hoy llega el sol donde hasta ayer la luna. Llega la luna donde ayer el cierzo. Al fin la vida con la luz se aclara. Al fin la muerte con la luz ya se muerto. ¡Cantan las cumbres y los valles! ¡Cantan los siempre vivos a los nunca muertos! Cara con cara junto a Dios, escuchas vibrar los aires y vivir los sueños. Vida con vida, luz con luz amada, y cielo, humano, en el amor, con Cielo. Bajar la luz de amor, la luz de vida lenta en los aires minuciosos siento. Fundida luz de Dios con luz del alma. Qué claridad de pronto. Qué silencio.
SUBIDA AL AMOR
Mariano Brull
Al caos me asomo... El caos y yo por no ser uno no somos dos. Vida de nadie, de nada... —No: entre dos vidas viviendo en dos, víspera única de doble hoy. Muere en la máscara quien la miró, yo —por dos vidas— me muero en dos...
VÍSPERA
Gutierre de Cetina
Ponzoña que se bebe por los ojos, dura prisión, sabrosa al pensamiento, lazo de oro crüel, dulce tormento, confusión de locuras y de antojos; bellas flores mezcladas con abrojos, manjar que al corazón trae hambriento, daño que siempre huye el escarmiento, minero de placer lleno de enojos; esperanzas inciertas, engañosas, tesoro que entre el sueño se parece, bien que no tiene en sí más que la sombra; inútiles riquezas trabajosas, puerto que no se halla aunque parece; son efectos de aquel que Amor se nombra.
Ponzoña que se bebe por los ojos
Miguel de Cervantes y Saavedra
¡Bien haya quien hizo cadenitas, cadenas; bien haya quien hizo cadenas de amor! ¡Bien haya el acero de que se formaron, y los que inventaron amor verdadero! ¡Bien haya el dinero de metal mejor! ¡Bien haya quien hizo cadenas de amor!
LETRA
Jorge Teillier
Cuando todos se vayan a otros planetas yo quedaré en la ciudad abandonada bebiendo un último vaso de cerveza, y luego volveré al pueblo donde siempre regreso como el borracho a la taberna y el niño a cabalgar en el balancín roto. Y en el pueblo no tendré nada que hacer, sino echarme luciérnagas a los bolsillos o caminar a orillas de rieles oxidados o sentarme en el roído mostrador de un almacén para hablar con antiguos compañeros de escuela. Como una araña que recorre los mismos hilos de su red caminaré sin prisa por las calles invadidas de malezas mirando los palomares que se vienen abajo, hasta llegar a mi casa donde me encerraré a escuchar discos de un cantante de 1930 sin cuidarme jamás de mirar los caminos infinitos trazados por los cohetes en el espacio.
CUANDO TODOS SE VAYAN
Mario Benedetti
Hermano cuerpo estás cansado desde el cerebro a la misericordia del paladar al valle del deseo cuando me dices / alma ayúdame siento que me conmuevo hasta el agobio que el mismísimo aire es vulnerable hermano cuerpo has trabajado a músculo y a estómago y a nervios a riñones y a bronquios y a diafragma cuando me dices / alma ayúdame sé que estás condenado / eres materia y la materia tiende a desfibrarse hermano cuerpo te conosco fui huésped y anfitrión de tus dolores modesta rampa de tu sexo ávido cuando me pides / alma ayúdame siento que el frío me envilece que se me van la magia y la dulzura hermano cuerpo eres fugaz coyuntural efímero instantáneo tras un jadeo acabarás inmovil y yo que normalmente soy la vida me quedaré abrazada a tus huesitos incapaz de ser alma sin tus vísceras.
Desde el alma (vals)
William Shakespeare
¿Quién creerá en el futuro a mis poemas si los colman tus méritos altísimos? Tu vida, empero, esconden en su tumba y apenas la mitad de tus bondades. Si pudiera exaltar tus bellos ojos y en frescos versos detallar sus gracias, diría el porvenir: «Miente el poeta, rasgos divinos son, no terrenales». Desdeñarían mis papeles mustios, como ancianos locuaces, embusteros; «métrico exceso» de un «antiguo» canto. Mas si entonces viviera un hijo tuyo, mi rima y él dos vidas te darían. para darla a la muerte y los gusanos.
Quién creerá en el futuro a mis poemas...
Lope de Vega
—Boscán, tarde llegamos —¿Hay posada? —Llamad desde la posta, Garcilaso. —¿Quién es? —Dos caballeros del Parnaso. —No hay donde nocturnar palestra armada. —No entiendo lo que dice la criada. Madona, ¿qué decís? —Que afecten paso, que obstenta limbos el mentido ocaso y el sol depinge la porción rosada. —¿Estás en ti, mujer? —Negóse al tino el ambulante huésped—. ¡Que en tan poco tiempo tal lengua entre cristianos haya! Boscán, perdido habemos el camino, preguntad por Castilla, que estoy loco, o no habemos salido de Vizcaya.
A LA NUEVA LENGUA
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Matilde, dónde estás? Noté, hacia abajo, entre corbata y corazón, arriba, cierta melancolía intercostal: era que tú de pronto eras ausente. Me hizo falta la luz de tu energía y miré devorando la esperanza, miré el vacío que es sin ti una casa, no quedan sino trágicas ventanas. De puro taciturno el techo escucha caer antiguas lluvias deshojadas, plumas, lo que la noche aprisionó: y así te espero como casa sola y volverás a verme y habitarme. De otro modo me duelen las ventanas.
Cien sonetos de amor
Ramón López Velarde
Tierra mojada de las tardes líquidas en que la lluvia cuchichea y en que se reblandecen las señoritas, bajo el redoble del agua en la azotea... Tierra mojada de las tardes olfativas en que un afán misántropo remonta las lascivas soledades del éter, y en ellas se desposa con la ulterior paloma de Noé; mientras se obstina el tableteo del rayo, por la nube cenagosa... Tarde mojada, de hálitos labriegos, en la cual reconozco estar hecho de barro, porque en sus llantos veraniegos, bajo el auspicio de la media luz, el alma se licúa sobre los clavos de su cruz... Tardes en que el teléfono pregunta por consabidas náyades arteras, que salen del baño al amor a volcar en el lecho las fatuas cabelleras y a balbucir, con alevosía y con ventaja, húmedos y anhelantes monosílabos, según que la llovizna acosa las vidrieras... Tardes como una alcoba submarina con su lecho y su tina; tardes en que envejece una doncella ante el brasero exhausto de su casa, esperando a un galán que le lleve una brasa; tardes en que descienden los ángeles, a arar surcos derechos en edificantes barbechos; tardes de rogativa y de cirio pascual; tardes en que el chubasco me induce a enardecer a cada una de las doncellas frígidas con la brasa oportuna; tardes en que , oxidada la voluntad, me siento acólito del alcanfor, un poco pez espada y un poco San Isidro Labrador....
TIERRA MOJADA
Juan Luis Panero
Éste es el corrido del caballo blanco que en un día domingo feliz arrancara. José Alfredo Jiménez Olor de solitario y soledad, cama deshecha, cegados ceniceros en esta tarde de domingo, helado soplo de noviembre en el cristal y un vaso medio lleno de cansancio. Te escribo por hacer algo más inútil aún que pensar en silencio o imaginar tu voz, o escuchar una música herida de recuerdos o pedir al teléfono un absurdo milagro. “Éste es el corrido del caballo blanco que en un día domingo feliz arrancara”. Éste es el corrido, pero nadie canta, y un muerto con mi nombre, vestido con mis trajes, me saluda y observa por los cuartos vacíos, me mira en la distancia como si fuera un niño y acaricia en sus dedos un rastro de ternura. Sobre su frente inmóvil va cayendo tu nombre y humedece sus labios una lluvia perdida. Olor de soledad y humo de aniversario mientras busco, dolorosamente trato de recordar tus ojos insomnes con su vaho de mendigo, devorando su luz, ahogando su locura. Tus dos ojos como picos de presa que se clavan y rasgan y desgarran la piel de nuestro amor. Soplo de embriagado recuerdo, agria melancolía, rescoldo que tu lengua aún enciende en estas horas de strip-tease solitario en que celebro en tu derrota todas las derrotas. Un año después y tu pelo, tu largo pelo ardiendo desbocado entre mis manos, clavado para siempre en esta almohada, recorriendo esta casa, sus rincones y puertas como un viento insaciable que buscase su fin. Un año después de ya no verte, definitivamente talando en tu memoria, qué real sigues siendo, qué difícil herirte. La sosegada certidumbre de esta mesa en que escribo puede tener la pasión estremecida de tu piel y la ropa que el sillón desordena puede ahora ocultar el temblor de tus pechos. Sobre tu seco abierto y tus muslos de arena, sobre tus manos ciegas que persiguen la noche, qué triste es el cuchillo, qué aciaga la hoja. Un muerto con mi nombre y mis uñas mordidas, un cadáver grotesco, me dicta estas palabras, me señala en los cuadros, en la pared manchada, el destino de hoy, de este día cualquiera, al borde de mi vida, al borde del invierno, al borde de otro año que empieza con tu ausencia, al borde de mis ojos y tu voz que ahora escucho. Un año después de ya no verte, mientras te escribo, odiando hasta la tinta, en esta tarde de noviembre, olor de solitario y soledad, helado soplo en el cristal vacío. Un muerto.
UN AÑO DESPUÉS DE YA NO VERTE
Hilario Barrero
"sombra sentimental" L. Cernuda. ¿Dónde están esos trenes que pasaron llevando tanta vida en sus vagones, tanta sangre veloz de jóvenes nocturnos que huyendo del suburbio bajaban perfumados los fines de semana a la ciudad en busca de otro amor? ¿Qué silencio escogió el ruido de sus cuerpos, que vestidos de fiesta murieron un domingo cuando de madrugada volvían a su casa? Mejor hubiera sido haber perdido el tren.
Retraso
Antonio Machado
I Este amor que quiere ser acaso pronto será; pero ¿cuándo ha de volver lo que acaba de pasar? Hoy dista mucho de ayer. ¡Ayer es Nunca jamás! II Moneda que está en la mano quizá se deba guardar: la monedita del alma se pierde si no se da.
Consejos
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor De noche, amada, amarra tu corazón al mío y que ellos en el sueño derroten las tinieblas como un doble tambor combatiendo en el bosque contra el espeso muro de las hojas mojadas. Nocturna travesía, brasa negra del sueño interceptando el hilo de las uvas terrestres con la puntualidad de un tren descabellado que sombra y piedras frías sin cesar arrastrara. Por eso, amor, amárrame el movimiento puro, a la tenacidad que en tu pecho golpea con las alas de un cisne sumergido, para que a las preguntas estrelladas del cielo responda nuestro sueño con una sola llave, con una sola puerta cerrada por la sombra.
Cien sonetos de amor
Juan Ramón Jiménez
La media puesta de sol tiñe con su grana de oro mi otro medio corazón.
CÁRCEL
Rubén Darío
Mi pobre alma pálida era una crisálida. Luego, mariposa de color de rosa. Un céfiro inquieto dijo mi secreto... ?¿Has sabido tu secreto un día? ¡Oh Mía! Tu secreto es una melodía de un rayo de luna... ?¿Una melodía?
Dice mía
Juan de Mena
IV Como no creo que fuessen menores que los d'Afrricano los fechos del Çid, nin que feroçes menos en la lid entrasen los nuestros que los agenores, las grandes façañas de nuestros señores, la mucha constançia de quien los más ama, yaze en teniebras, dormida su fama, dañada d'olvido por falta de auctores.
ENNARRA
Mario Benedetti
Al principio ella fue una serena conflagración un rostro que no fingía ni siquiera su belleza unas manos que de a poco inventaban un lenguaje una piel memorable y convicta una mirada limpia sin traiciones una voz que caldeaba la risa unos labios nupciales un brindis es increíble pero a pesar de todo él tuvo tiempo para decirse qué sencillo y también no importa que el futuro sea una oscura maleza la manera tan poco suntuaria que escogieron sus mutuas tentaciones fue un estupor alegre sin culpa ni disculpa él se sintió optimista nutrido renovado tan lejos del sollozo y la nostalgia tan cómodo en su sangre y en la de ella tan vivo sobre el vértice de musgo tan hallado en la espera que después del amor salió a la noche sin luna y no importaba sin gente y no importaba sin dios y no importaba a desmontar la anécdota a componer la euforia a recoger su parte del botín mas su mitad de amor se negó a ser mitad y de pronto él sintió que sin ella sus brazos estaban tan vacíos que sin ella sus ojos no tenían qué mirar que sin ella su cuerpo de ningún modo era la otra copa del brindis y de nuevo se dijo qué sencillo pero ahora lamentó que el futuro fuera oscura maleza sólo entonces pensó en ella eligiéndola y sin dolor sin desesperaciones sin angustia y sin miedo dócilmente empezó como otras noches a necesitarla.
La otra copa del brindis
Ramón López Velarde
Mi carne pesa, y se intimida porque su peso fabuloso es la cadena estremecida de los cuerpos universales que se han unido con mi vida. Ámbar, canela, harina y nube que en mi carne al tejer sus mimos, se eslabonan con el efluvio que ata los náufragos racimos sobre las crestas del Diluvio. Mi alma pesa, y se acongoja porque su peso es el arcano sinsabor de haber conocido la Cruz y la floresta roja y el cuchillo del cirujano. Y aunque todo mi ser gravita cual un orbe vaciado en plomo, que en la sombra paró su rueda, estoy colgado en la infinita agilidad del éter, como de un hilo escuálido de seda. Gozo... Padezco... Y mi balanza vuela rauda con el beleño de las esencias del rosal: soy un harén y un hospital colgados juntos de un ensueño. Voluptuosa Melancolía: en tu talle mórbido enrosca el Placer su caligrafía y la Muerte su garabato, y en un clima de ala de mosca la Lujuria toca a rebato. Mas luego las samaritanas, que para mí estuvieron prestas y por mí dejaron sus fiestas, se irán de largo al ver mis canas, y en su alborozo, rumbo a Sión, buscarán el torrente endrino de los cabellos de Absalón. ¡Lumbre divina, en cuyas lenguas cada mañana me despierto: un día, al entreabrir los ojos, antes que muera estaré muerto! Cuando la última odalisca, ya descastado mi vergel, se fugue en pos de una nueva miel ¿qué salmodia del pecho mío será digna de suspirar a través del harén vacío? Si las victorias opulentas se han de volver impedimentas, si la eficaz y viva rosa queda superflua y estorbosa, ¡oh, Tierra ingrata, poseída a toda hora de la vida: en esa fecha de ese mal, hazme humilde como un pelele a cuya mecánica duele ser solamente un hospital!
LA ÚLTIMA ODALISCA
Gonzalo Rojas
A mi padre, como corresponde, de Coquimbo a Lebu, todo el mar, a mi madre la rotación de la Tierra, al asma de Abraham Pizarro aunque no se me entienda un tren de humo, a don Héctor el apellido May que le robaron, a Débora su mujer el tercero día de las rosas, a mis 5 hermanas la resurrección de las estrellas, a Vallejo que no llega, la mesa puesta con un solo servicio, a mi hermano Jacinto, el mejor de los conciertos, al Torreón del Renegado donde no estoy nunca: Dios, a mi infancia, ese potro colorado, a la adolescencia, el abismo, a Juan Rojas, un pez pescado en el remolino con su paciencia de santo, a las mariposas los alerzales del sur, a Hilda, l'amour fou, y ella está ahí durmiendo, a Rodrigo Tomás mi primogénito el número áureo del coraje y el alumbramiento, a Concepción un espejo roto, a Gonzalo hijo el salto de la Poesía por encima de mi cabeza, a Catalina y Valentina las bodas con hermosura y espero que me inviten, a Valparaíso esa lágrima, a mi Alonso de 12 años el nuevo automóvil siglo veintiuno listo para el vuelo, a Santiago de Chile con sus 5 millones la mitología que le falta, al año 73 la mierda, al que calla y por lo visto otorga el Premio Nacional, al exilio un par de zapatos sucios y un traje baleado, a la nieve manchada con nuestra sangre otro Nüremberg, a los desaparecidos la grandeza de haber sido hombres en el suplicio y haber muerto cantando, al Lago Choshuenco la copa púrpura de sus aguas, a las 300 a la vez, el riesgo, a las adivinas, su esbeltez a la calle 42 de New York City el paraíso, a Wall Street un dólar cincuenta, a la torrencialidad de estos días, nada, a los vecinos con ese perro que no me deja dormir, ninguna cosa, a los 200 mineros de El Orito a quienes enseñé a leer en el silabario de Heráclito, el encantamiento, a Apollinaire la llave del infinito que le dejó Huidobro, al surrealismo, él mismo, a Buñuel el papel de rey que se sabía de memoria, a la enumeración caótica el hastío, a la Muerte un crucifijo grande de latón.
MATERIA DE TESTAMENTO
León Felipe
Español del éxodo de ayer y español del éxodo de hoy: te salvarás como hombre, pero no como español. No tienes patria ni tribu. Si puedes, hunde tus raíces y tus sueños en la lluvia ecuménica del sol. Y yérguete... ¡Yérguete! Que tal vez el hombre de este tiempo... es el hombre movible de la luz, del éxodo y del viento.
ESPAÑOL
Marilina Rébora
No le digas a Cristo: —He de ir, mas espera. Me falta, todavía, algo que me he propuesto; el mundo me reclama, complacerle quisiera. Ten paciencia, he de ir. Un poco y ya me apresto. No le digas a Cristo: —He de ir, aunque espera solamente a que acabe lo que tengo dispuesto; me conoces devota y me sabes sincera. He de ir. Sí; después que termine con esto. No le digas a Cristo: —Espera, o bien: —Aguarda. ¿Hay algo más urgente que Sus pasos seguir? ¿No es, El mismo, la fuerza que te conforta hoy? (¡Pobre alma confundida! Sabiendo que retarda el encuentro con El —tan sólo por vivir—, decirle que se espere en lugar de ¡Ya voy!)
NO LE DIGAS A CRISTO
Ramón López Velarde
Hoy te contemplo en el piano, señora mía, Fuensanta, las manos sobre las teclas, en los pedales la planta, y ambiciona santamente la dicha de los pedales mi corazón, por estar bajo tus pies ideales. Porque yo sé de tu planta ser de todas la más pura, tu planta sabe las rutas sangrientas de la Pasión, que por ir tras Jesucristo por calles de la Amargura dejó el sendero de lirios de Belkis y Salomón. Y así te imploro, Fuensanta, que en mi corazón camines para que tus pies aromen la pecaminosa entraña, cuyos senderos polvosos y desolados jardines te han de devolver en rosas la más estéril cizaña. En las tertulias de noches de prolongada vigilia, en el piano me pareces moderna Santa Cecilia que cual solícita novia, con sus armónicos pies, con la magia de los ojos y el milagro del sonido, venciendo horas y distancia me lleva siempre a través de los valles lacrimosos, al Paraíso Perdido.
PARA TUS PIES
Alfredo Lavergne
Si con un libro me dan en la cabeza. Mi mano Se observa en el espejo para contar sus diez dedos. Si un país me abandona por su bienestar. Me pongo su reflejo en la oreja Y si los contestatarios que se esconden Detrás de un pueblo Me entregan la definición de la alegría colectiva... Desde mi juego de imágenes Saco conejos Que van a asistir a todos los caminos.
Autogolpe
Gustavo Adolfo Bécquer
De lo poco de vida que me resta diera con gusto los mejores años, por saber lo que a otros de mí has hablado. Y esta vida mortal, y de la eterna lo que me toque, si me toca algo, por saber lo que a solas de mí has pensado.
Rima LI
Félix María de Samaniego
En los montes, los valles y collados, de animales poblados, se introdujo la peste de tal modo, que en un momento lo inficiona todo. Allí donde su corte el león tenía, mirando cada día las cacerías, luchas y carreras de mansos brutos y de bestias fieras, se veían los campos ya cubiertos de enfermos miserables y de muertos. «Mis amados hermanos», exclamó el triste rey, «mis cortesanos, ya veis que el justo cielo nos obliga a implorar su piedad, pues nos castiga con tan horrenda plaga; tal vez se aplacará con que se le haga sacrificio de aquel más delincuente, y muera el pecador, no el inocente. Confiese todo el mundo su pecado. Yo crüel, sanguinario, he devorado inocentes corderos, ya vacas, ya terneros, y he sido, a fuerza de delito tanto, de la selva terror, del bosque espanto». «Señor», dijo la zorra, «en todo eso no se halla más exceso que el de vuestra bondad, pues que se digna de teñir en la sangre ruin, indigna, de los viles cornudos animales los sacros dientes y las uñas reales». Trató la corte al rey de escrupuloso. Allí del tigre, de la onza y oso se oyeron confesiones de robos y de muertes a millones; mas entre la grandeza, sin lisonja, pasaron por escrúpulos de monja. El asno, sin embargo, muy confuso, prorrumpió: «Yo me acuso que al pasar por un trigo este verano, yo hambriento y él lozano, sin guarda ni testigo, caí en la tentación: comí del trigo». «¡Del trigo! ¡y un jumento!» gritó la zorra, «¡horrible atrevimiento!». Los cortesanos claman: «Este, éste irrita al cielo, que nos da la peste». Pronuncia el rey de muerte la sentencia, y ejecutóla el lobo a su presencia. Te juzgarán virtuoso si eres, aunque perverso, poderoso; y aunque bueno, por malo detestable cuando te miran pobre y miserable. Esto hallará en la corte quien la vea, y aun en el mundo todo. ¡Pobre Astrea!
LOS ANIMALES CON PESTE
Rubén Darío
A un cruzado caballero, garrido y noble garzón, en el palenque guerrero le clavaron un acero tan cerca del corazón, que el físico al contemplarle, tras verle y examinarle, dijo: «Quedará sin vida si se pretende sacarle el venablo de la herida». Por el dolor congojado, triste, débil, desangrado, después que tanto sufrió, con el acero clavado el caballero murió. Pues el físico decía que, en dicho caso, quien una herida tal tenía, con el venablo moría, sin el venablo también. ¿No comprendes, Asunción, la historia que te he contado, la del garrido garzón con el acero clavado muy cerca del corazón? Pues el caso es verdadero; yo soy el herido, ingrata, y tu amor es el acero: ¡si me lo quitas, me muero; si me lo dejas, me mata!
Caso
Alfredo Buxán
A Florentino González Me he sentado frente al silencio del atardecer -donde no llega el graznido de la modernidad- a indagar en el sentido de la vida, a contemplar la belleza de las piernas que pasan, distraídas, por mi puerta, ajenas al alboroto que levantan. Como si fueran pájaros que emigran.
Sábado
Ángel González
Le comenté: —Me entusiasman tus ojos. Y ella dijo: —¿Te gustan solos o con rimel? —Grandes, respondí sin dudar. Y también sin dudar me los dejó en un plato y se fue a tientas.
ESO ERA AMOR
Juan Liscano
Cuando mueren por un instante las palabras que tanta muerte dan siempre a la vida cuando descubrimos el actor que somos y lo exponemos despojado de sus trajes crepusculares cuando nos despierta el sueño de soñar o arrancados del sueño despertamos atónitos como extraño celeste caído cuando se quiebran los espejos al soplo de una necesidad desconocida cuando vaciadas quedan las odres y sea aquieta la fiera de la sed cuando se acepta el desierto por jardín brota del resplandeciente vacío una repentina cresta y el levante impera en ella filo puro neto neutro que se abate y nos degüella.
CRESTA
Gabriela Mistral
Una rata corrió a un venado y los venados al jaguar, y los jaguares a los búfalos, y los búfalos a la mar... ¡Pillen, pillen a los que se van! ¡Pillen a la rata pillen al venado, pillen a los búfalos y a la mar! Miren que la rata de la delantera se lleva en las patas lana de bordar, y con la lana bordo mi vestido, y con el vestido me voy a casar. ¡Suban y pasen la llanada, corran sin aliento, sigan sin parar. Vuelen por la novia, y por el cortejo, y por la carroza y el velo nupcial.
La rata
Claribel Alegría
Por las noches en sueños más de un amigo muerto resucita al despertar me pregunto si ellos también me han soñado.
POR LAS NOCHES
Luis de Góngora
Mis albarcoques sean de Toledo, Cultísimo Doctor; lo damasquino A un alfanje se quede sarracino, Que en albarcoques aun le tengo miedo. Vengan (aunque es la voz antigua) cedo, No a manos del señor don Bernardino, Que por negarle un cuesco al más vecino, Degollaré sin cadahalso un pedo. Si espiró el cigarral, barbo luciente Supla las frutas de que se corona, Cuando no anguila que sus tactos miente: De parte de don Luis se les perdona La calidad de entre una y otra puente, Como sean del golfo de Narbona.
AL DOCTOR NARBONA
Mario Benedetti
Bonjour buon giorno guten morgen, despabílate amor y toma nota, sólo en el tercer mundo mueren cuarenta mil niños por día, en el plácido cielo despejado flotan los bombarderos y los buitres, cuatro millones tienen sida la codicia depila la amazonia. Buenos días good morning despabílate, en los ordenadores de la abuela ONU no caben más cadáveres de Ruanda los fundamentalistas degüellan a extranjeros, predica el papa contra los condones, Havelange estrangula a Maradona bonjour monsieur le maire forza Italia buon giorno guten morgen ernst junger opus dei buenos días good morning Hiroshima, despabílate amor que el horror amanece.
Despabílate amor
Manuel Gutiérrez Nájera
¡Oh, qué dulce canción! Límpida brota Esparciendo sus blandas armonías, Y parece que lleva en cada nota ¡Muchas tristezas y ternuras mías! ¡Así hablara mi alma... si pudiera! Así dentro del seno, Se quejan, nunca oídos, mis dolores! Así, en mis luchas, de congoja lleno, Digo a la vida: —¡Déjame ser bueno! —Así solllozan todos mis amores! ¿De quién es esa voz? Parece alzarse Junto del lago azul, noche quieta, Subir por el espacio, y desgranarse Al tocar el cristal de la ventana Que entreabre la novia del poeta... ¿No la oís como dice: «hasta mañana»? ¡Hasta mañana, amor! El bosque espeso Cruza, cantando, el venturoso amante, Y el eco vago de su voz distante Decir parece: «hasta mañana, beso!» ¿Por qué es preciso que la dicha acabe? ¿Por qué la novia queda en la ventana. Y a la nota que dice: «¡Hasta mañana!» El corazón responde: «¿quién lo sabe?» ¡Cuántos cisnes jugando en la laguna! ¡Qué azules brincan las traviesas olas! En el sereno ambiente ¡cuánta luna! Mas las almas ¡qué tristes y qué solas! En las ondas de plata De la atmósfera tibia y transparente, Como una Ofelia náufraga y doliente, ¡Va flotando la tierna serenata...! Hay ternura y dolor en ese canto, Y tiene esa amorosa despedida La transparencia nítida del llanto, ¡Y la inmensa tristeza de la vida! ¿Qué tienen esas notas? ¿Por qué lloran? Parecen ilusiones que se alejan... Sueños amantes que piedad imploran, Y como niños huerfanos, ¡se quejan! Bien sabe el trovador cuán inhumana Ara todos los buenos es la suerte... Que la dicha es de ayer... y que «mañana» Es el dolor, la obscuridad, !la muerte! El alma se compunge y estremece Al oír esas notas sollozadas... ¡Sentimos, recordamos, y parece Que surgen muchas cosas olvidadas! ¡Un peinador muy blanco y un piano! Noche de luna y de silencio agfuera... Un volumen de versos en mi mano, Y en el aire ¡y en todo! ¡primavera! ¡Qué olor de rosas grescas! en la alfombra ¡Qué claridad de luna! ¡qué reflejos! ...¡Cuántos besos dormidos en la sombra, Y la muerte, la pálida, qué lejos! En torno al velador, niños jugando... La anciana, que en silencio nos veía... Schubert en su piano sollozando, Y en mi libro, Musset con su «Lucía». ¡Cuántos sueños en mi alma y en tu alma! ¡Cuántos hermosos versos! ¡cuántas flores! En tu hogar apacible ¡cuánta calma! Y en mi pecho ¡qué inmensa sed de amores! ¡Y todo ya muy lejos! ¡todo ido! ¿En dónde está la rubia soñadora? ...¡Hay muchas aves muertas en el nido, Y vierte muchas lágrimas la aurora! ...Todo lo vuelvo a ver... ¡pero no existe! Todo ha pasado ahora... ¡y no lo creo! Todo está silencioso, todo triste... ¡Y todo alegre, como entonces, veo! ...Esta es la casa... ¡su ventana aquélla! Ese, el sillón en que bordar solía... La reja verde... y la apacible estrella Que mis nocturnas pláticas oía! Bajo el cedro robusto y arrogante, Que allí domina la calleja obscura, Por la primera vez y palpitante Estreché con mis brazos, su cintura! ¡Todo presente en mi memoria queda! La casa blanca, y el follaje espeso... El lago azul... el huerto... la arboleda, Donde nos dimos, sin pensarlo, un beso! Y te busco, cual antes te buscaba, Y me parece oírte entre las flores, Cuando la arena del jardín rozaba El percal de tus blancos peinadores! ¡Y nada existe ya! Calló el piano... Cerraste, virgencita, la ventana... Y oprimiendo mi mano con tu mano, Me dijiste también: «¡hasta mañana!» ¡Hasta mañana!... Y el amor risueño No pudo en tu camino detenerte!... Y lo que tú pensaste que era el sueño, Fue sueño, ¡pero inmenso! ¡el de la muerte! ........................................................ ¡Ya nunca volveréis, noches de plata! Ni unirán en mi alma su armonía, Schubert, con su doliente serenata Y el pálido Musset con su «Lucía».
LA SERENATA DE SCHUBERT
Víctor Botas
Como un gigante ciego levanta el mar sus brazos cargados de esmeraldas chorreantes al cielo indiferente Círculos de gaviotas se agitan en el aire piensan sin duda huir al interior El viento muerde las banderolas gira enloquecido en torno a los cordajes y una luna muy pálida se borra lentamente sobre un rumor de árboles Y yo que voy por este largo paseo de la playa muy cerca de la arena con el mar de tu pelo temible ondeando allá lejos con las negras gaviotas de tus ojos venga y venga a gritar sin otro pensamiento que irse de mi lado con el tono de tu voz quemándome los tímpanos y la pálida luna de tu frente tan remota e impasible como la luna aquella que moría tranquila entre las copas de los pinos Con un poco de bruma por toda compañía.
Amanece en la playa
Francisco de Aldana
Otro aquí no se ve que frente a frente animoso escuadrón moverse guerra, sangriento humor teñir la verde tierra y tras honroso fin correr la gente. Este es el dulce son que acá se siente: «¡España, Santïago, cierra, cierra!» y por süave olor que el aire atierra humo que azufre dar con llama ardiente. El gusto envuelto va tras corrompida agua, y el tacto sólo apalpa y halla duro trofeo de acero ensangrentado, hueso en astilla, en él carne molida, despedazado arnés, rasgada malla... ¡Oh sólo, de hombres, digno y noble estado!
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